La cultura japonesa está llena de sutilezas. Cosas que se dicen sin articular palabra, hechos que solo se pueden dar si la fortuna les responda, porque de otra forma habrían perdido esa magia que lo que sucede sin intención lleva de forma intrínseca. Serían muchos los ejemplos de estas afirmaciones. Pero sin duda, uno de ellos es la palabra que da título a esta reflexión.